El poder maléfico de una chapa policial

29-11-15.-“A quién crees tú que le van a creer si yo te pongo a ti esta pistola y este paquete de marihuana? ¿De verdad crees que la fiscalía o el juez te van a creer a ti? Yo soy un honorable hombre de la ley, en cambio tú eres un pata en el suelo con cara de malandrín, vives en un barrio, eres motorizado y, para rematar, tienes registros policiales por drogas”, le dijo en tono altanero el agente de la Policía Nacional al muchacho motorizado que recién había ordenado aparcarse a la derecha.

Eran tres los agentes policiales. Llevaban rato dando vueltas por varios sectores de Caracas y, como sus jefes no estaban siquiera pendientes de que no se salieran de la ruta o del área a la que estaban asignados, iban y venían del este al oeste y del norte al sur.

Cuando subían de Puente Hierro a la Roca Tarpeya, con la intención de tomar hacia la Nueva Granada, vieron a los dos muchachos que subían delante de ellos en una motocicleta japonesa de color azul eléctrico. Arriba, por donde está la estación del BusCaracas, había otros cuatro policías, pero esos sí estaban trabajando. Estaban dirigiendo el tráfico y los vieron al pasar.

Los tres uniformados iban en dos motos y aceleraron para colocarse al lado de los dos jóvenes, que no debían llegar a los 20 años. El parrillero de una de las motocicletas oficiales tenía la pistola en la mano y con ella apuntó a los dos motorizados. “Se me pegan a la derecha y cuidado con una vaina porque, si no, les echo plomo”, gritó exhibiendo una dentadura amarillenta como manchada por chimó o por exceso de cigarrillos.

Los muchachos temblaban por la agresividad que mostraban los agentes policiales, pero tenían todos los papeles en regla. La moto estaba a nombre de otra persona, aunque el conductor mostró una fotocopia del documento notariado de compra-venta.

“Esto no vale. Esto lo puede tener cualquiera. Necesito los papeles originales, expedidos por la autoridades correspondientes, donde se deje constancia de que este bien es de tu propiedad. Además esta cédula tiene toda la pinta de ser chimba”, dijo el policía, blandiendo de un lado para otro los documentos entregados por el joven conductor de la motocicleta.

El muchacho le respondió que cuando uno compraba una moto o un carro debía notariarlo y luego tenía seis meses para sacar los papeles a su nombre en Tránsito Terrestre, pero que él apenas tenía tres semanas con la moto, según constaba en el documento notariado.

-Ah, tú me vas a dar clases de leyes a mí ahora. ¡Bien bello pues! Ultimadamente, la moto queda detenida y, como no sé si te la robaste, quedas detenido también, así como tu amigo, porque es tu cómplice, a menos que quieran colaborar con estos humildes servidores que ni siquiera han probado desayuno porque la vaina está muy jodida.

-¡Qué es pana! ¿Y de dónde nosotros vamos a sacar plata, si lo que estamos es pelando?

-¿Cómo que pana? ¿Yo soy pana tuyo, acaso? Tú tienes pinta de mototaxista y todos los mototaxistas tienen plata que jode. Dame el teléfono de tú mamá o de tu papá para llamarlos y decirles que te vengan a buscar.

Ya se había hecho de noche cuando los policías llegaron con los muchachos detenidos al Centro de Coordinación Uslar del mencionado organismo de seguridad, ubicado en Montalbán, al suroeste de la capital. Los habían esposado, como si fueran delincuentes y así, esposados, los metieron en el calabozo, sin reseña, sin actas, sin nada. Ninguno de sus compañeros les dijo nada. Todos callaron.

La concusión. Llamaron a la familia y les dijeron que los habían agarrado con droga y con un arma de fuego y que si querían liberarlos antes de que llegaran al tribunal debían buscar cien mil bolívares, pero que la entrega debía realizarse esa misma noche.

A la señora, mamá del dueño de la moto, le dio una puntada y comenzó a temblar y a llorar. Su esposo no entendía lo que pasaba y le quitó el teléfono y conversó con los policías y les explicó que ellos no tenían la plata que les estaban pidiendo, que seguro debía tratarse de una confusión, y les preguntó dónde los tenían detenidos para ir a visitarlos y ver cómo estaban, pero el policía le dijo que no era su problema y le trancó el teléfono.

Saña y descontrol. En vista de que no lograban su cometido, los uniformados se metieron para el calabozo y les cayeron a palos, patadas y golpes a los dos muchachos hasta dejarlos casi moribundos y sin sentido. Sus gritos fueron escuchados en todo el comando, pero nadie hizo nada.

Luego los sacaron todos maltrechos, con intenciones de dejarlos botados y enrumbaron hacia Antímano.

En el camino liberaron a uno y siguieron con el dueño de la moto. Uno de los agentes propuso arrojarlos cerca de la estación de servicios Texaco, pero al llegar allí los bajaron y otro de los policías sacó el arma y le dijo al joven que si no se lanzaba al Guaire lo iba a matar allí mismo. Temeroso caminó hacia el río, mientras los policías reían. Uno realizó un disparo al aire y el motorizado se arrojó al río. Minutos después, la víctima salió del agua nauseabunda y en la autopista fue auxiliado por otra patrulla de la Polinacional que pasó por el lugar.

Los funcionarios orientaron a la familia de que colocaran la denuncia formal ante la Oficina de Control de Desviación Policial del organismo de seguridad y les explicaron cómo hacerlo. La víctima fue trasladada a un hospital porque convulsionó y presentaba fuertes dolores. Todavía está hospitalizado y su estado es delicado.

El pasado 18 de noviembre los tres policías fueron detenidos y presentados por la Fiscalía ante el juez 40° de Control, cuyo titular les dictó privativa de libertad por los delitos de trato cruel e inhumano y la privación ilegítima de libertad.

El juez desestimó los delitos de violación agravada y concusión, pero lo peor fue que ordenó que los agentes continuaran detenidos en su comando, la misma sede donde guardaron silencio, mientras ellos cometían sus atrocidades.

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