"Nunca imaginé dormir en un banco en España"

«Se metieron en casa, me golpearon y le dieron un culatazo a mi madre. Me decían que era una traidora a la patria, que me iban a meter presa y que nos iban a violar a la niña y a mí. Nunca imaginé que por denunciar que los niños se desmayan de hambre en clase y por negarme a darles consignas políticas iba a ser perseguida en Venezuela. Nunca imaginé que tendría que salir también de Perú para salvar a mi hija. Y nunca imaginé que en España tuviera que dormir con mi hija en un banco».
Se llama Anginneth Paez, es profesora, huyó de dos países por coacción, hambre y violencia y ha vivido con su hija Jeanneth en el colchón de una parroquia. Pasó por seis instituciones españolas y ninguna le dio siquiera acogida de urgencia. Sólo a última hora del viernes, tras liderar un requerimiento colectivo para que la Secretaría General de Migraciones dé acogida a 66 refugiados sin techo, Cruz Roja habilitó (únicamente para ella y su hija) una plaza en un albergue. Anteayer estrenaron intimidad.
Después de cuatro días durmiendo en las sillas del aeropuerto de Barajas, sólo la suerte hizo que se cruzara en sus vidas la iglesia de los pobres. Y allí encontraron abrigo.
En el reino de los suelos.
«Vivir en un banco es duro; para la niña aún es un trauma. Le digo que éste es un país libre y que vendrán tiempos mejores. No tenemos ni un euro. Si no fuera por la parroquia, habríamos vivido en la calle».
Estamos en el Centro Pastoral San Carlos Borromeo, un refugio de los desheredados de la Tierra en el barrio de Entrevías (Madrid). Desde hace un mes, donde había bancos para la misa hay colchones para la vida. La vida apelotonada de una treintena de adultos y niños llegados de Siria, Perú, Colombia, El Salvador o Venezuela que tienen un techo, más por solidaridad que por justicia.
Porque ninguna institución del Estado ni ONG con acuerdos con la Administración está ofreciendo la «vida digna» que las leyes garantizan a todo solicitante de protección internacional en «locales adaptados».
La solicitud de «admisión en un centro de acogida» que el miércoles se presentó ante Migraciones cuenta el desdén burocrático sufrido por Anginneth y Jeanneth desde que aterrizaron en España. El 15 de junio la mujer pidió protección internacional en Barajas. Los policías tomaron sus huellas y le dieron acceso a territorio español con un volante para la Oficina de Asilo y Refugio (OAR). «No le realizaron entrevista, ni le dejaron formalizar la solicitud», desvela el documento. En la OAR le informaron de los trámites para solicitar protección internacional y le dieron un papel con direcciones para personas sin hogar. «Pese a que era una mujer sola, con una hija a cargo, no se valoró su ingreso en el Programa de Acogida». Salió de allí y fue a Extranjería, donde le dieron cita para el 21 de junio. Con el papel de los sin techo en la mano tocó las puertas de Cáritas, el Samur Social y la Cruz Roja. «En ninguno de estos dispositivos fue atendida, ni se le informó ni derivó al sistema de acogida. Y se le denegó verbalmente ese acceso bajo la razón de que no hay plazas». Cada vez que madre e hija recibían una negativa volvían a las sillas de Barajas. Cuatro días después, Anginneth fue a ACNUR, donde tampoco había plaza pero sí una funcionaria que le dio el móvil de la abogada Patricia F. Vicens, su nexo con la parroquia.
Anginneth fue nueve años maestra en un colegio de Puerto Cabello. «Teníamos que gritar 'Patria, socialismo o muerte' o decirles a los niños que comían gracias a Maduro. Varios profesores aprovechamos un acto para decirle al alcalde que las aulas debían estar libres de política y que los niños se desmayaban porque había días que no comían. En Venezuela te dan un paquete de arroz y un kilo de queso para un mes. No hay leche, puedes hacer 12 horas de cola para comprar harina y quedarte sin ella. No hay ni antibióticos... El alcalde amenazó con detenernos».
Sánchez, no quiero que me mantengas, sólo trabajar y ayudar a tu país
Ella y su padre colaboran con un partido opositor, pero nunca habían sido vigilados. «Al día siguiente, un colectivo [civiles armados] me siguió y me metió a empujones en casa. Nos golpearon a mi madre y a mí. Pedíamos ayuda, pero nadie se atrevía a venir. Decían que me meterían presa y que allí me iban a violar. Vieron una foto de la niña y dijeron: 'Está bonita la niña, también le puede pasar a ella'». La solicitud presentada el 24 de junio a la OAR cuenta que Anginneth fue «esposada con bridas, lanzada al suelo y manoseada en torso y pechos» y que los hombres les robaron un ordenador, móviles y carpetas con documentación.
«Continué dando clases, pero vi que me seguían. Eran 'carros' sin placas. Me retrasaron el sueldo y le dijeron a la directora que grabara las consignas que debía darle a los niños. Vendí lo que pude y me fui».
Tardaron cinco días de autobús en llegar a Perú. Allí Anginneth trabajó limpiando casas y logró un empleo de maestra. Un día, unos hombres intentaron secuestrar a su hija y a otra niña. «El tipo agarró la correa de la mochila en vez de la camiseta, y la niña y su amiga pudieron escapar». La Policía no admitió la denuncia «por falta de lesiones». «Los agresores nos amenazaban, le decían a la niña: 'Chibola, estás bonita como tu madre. Ya eres mujer'. La Policía nunca actuó. Por eso vine a España».
- Si tuvieras enfrente a Pedro Sánchez, ¿qué le dirías?
- No quiero que me mantengas. Sólo quiero trabajar y dar de comer a mi hija. Quiero contribuir con tu país, no aprovecharme de él.

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